Cementerios, entierros y frivolidades varias

Ayer tuve el dudoso honor de tener que acudir a un funeral.

Las coronas de flores, las misas, los llantos, los coches fúnebres (que mis clientes de Mercedes Benz se empeñan en llamar "El último taxi"). Ya sabéis, todas esas cosas.

Como la persona que había fallecido no era muy cercana a mí, a pesar de que acudir a este tipo de actos siempre hace que se te forme un nudo en la garganta, durante la ceremonia me tomé la libertad de mirar a mi alrededor.

Flores, lápidas con nombres, tras las que se esconden personas de tosas las edades, unas grandes, otras pequeñas, unas con fotos, otras sin ellas, unas de mármol, otras de cristal y otras simplemente con la capa de yeso encima.

Toda esta parafernalia onírica podría decirse que es hasta bonita si no fuese por un pequeño detalle:

De los cuarenta nichos que habían en aquella ala, veinte de ellos tenían el aviso de "deshaucio" (permitidme llamarlo así).

Qué frivolidad...

Qué bonito pintan todo en el funeral (dentro de lo que se pueda llamar bonito en este tipo de actos)

Todo es color de rosa (o más bien, de negro, pero vamos, tiene color) los familiares le ponen flores, la gente llora y en nuestros subconscientes todos pensamos que los restos de esa persona querida van a estar entre aquellas cuatro frías paredes de yeso durante el resto de la eternidad. Lo que no te paras a pensar en aquel momento (a no ser que, como en mi caso, la persona fallecida no sea demasiado cercana) es que dentro de cinco años, si no tienes dinero, sacarán tus huesos de allí y los mandarán a quién sabe qué honorable lugar.

Si señores, hasta tras la muerte hay desahucios.

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