Las (buenas) sorpresas de la tele

Después de recuperarme del susto de Víctor Ullate, temí lo peor el miércoles por la noche cuando empezó una nueva edición de Operación Triunfo.

Sí, lo veo todos los años, ¿algún problema? Cuando en mi perfil digo que soy "Amante de la música" no lo digo en broma.

El problema es que Operación Triunfo cada vez es menos música y más paripé.

Pero yo no pierdo las esperanzas.

Después de levantarme del sofá deliberadamente tras la primera pantomima de la noche: la "sospresa" de que Risto Mejide apareciese en el plató (¿acaso alguien no se lo esperaba?) y soltase su discurso y discusión ensayada cinco minutos antes en los camerinos junto a Jesús Vázquez (que me encanta, pero que podía haber dejado la pajarita en el backstage); volví a sentarme al oír cantar al primer concursante.

Curiosamente, había nivel. Pasa otro: "mira, si canta bien también"; pasan dos más "mira, estos tampoco lo hacen mal"

Pero cuando faltaba un segundo para que se me callese una lagrimita porque después de ocho años la gente de OT ha vuelto a hacer un buen cásting, apareció ella.

Cristina Rueda, 16 años. Con una cara que expresa miedos, complejos, inquietudes, pocos amigos, timidez, indecisión.
Y Cristina canta.
Y Cristina entiende lo que canta.
Y Cristina canta rock.
Y Cristina canta un temazo.



Después de verla, sólo tengo una petición que hacerle al jurado del concurso este año: Haced lo que queráis de los demás, pero dejad que ella conserve su estilo. No la hagáis cantar una canción de Conchita.

Gracias.

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