Historia de dos semidragones: Capítulo 1

Hokori podía ver perfectamente el rostro de su compañera, y eso le daba cierta ventaja. Aunque no le hacía gracia deber favores, ella le había perdonado la vida y además, un poco de compañía para variar no le vendría mal.
Mientras tanto, Keisha pensaba en el camino que tenía por delante. Un mundo lleno de posibilidades y gente a la que conocer, tesoros por descubrir y, cómo no, enemigos a los que apalear. Antes de salir de casa, se despidió de su madre, que la miró con ojos ausentes. “Juro que traeré a Padre de vuelta”, le había dicho. En el fondo de su corazón, juró también volver con su hermana.

El General Normordt, orgullo de Kordmant, había formado un hogar feliz, con una esposa que vivía sólo para él y dos hijas preciosas que mostraban grandes habilidades. Lo de Shiva era al arte de la magia; Keisha, en cambio, había heredado su habilidad con la espada. Las pequeñas eran dos gotas de agua, con lo que ésta era la única manera de diferenciarlas cuando aún eran niñas. El único motivo por el que no podía sentirse del todo orgulloso de ellas era la mala relación que compartían las hermanas. Se toleraban porque no les quedaba otro remedio, y nunca entendió muy bien cuál podría ser el motivo.

Pero una noche, todo aquello se acabó. Shiva había desaparecido, dejando el medallón familiar junto a una breve nota de despedida. Se había esfumado en medio de las sombras sin previo aviso, sin decir a dónde se dirigía ni qué pensaba hacer.

Su madre enloqueció, y a partir de aquel día, su voz no volvió a oírse entre los muros de su casa ni su rostro volvió a sonreír.

Pasaron días, semanas, meses… Pero la mayor de las gemelas no volvió a casa nunca.

Un año después, el General tuvo la obligación de partir a la guerra contra los vampiros. Varrsavi era una ciudad inhóspita para cualquiera que no fuese de la raza, pero la guerra era un deber del que no podía huir.

Después de doscientos días sin recibir las misivas que el mensajero de su padre les hacía llegar, Keisha empezó a temer lo peor y decidió ir en busca de lo único que podría hacer que su madre despertase del letargo en el que vivía. Era hora de dejar la cálida urbe semidragón y poner en práctica su aprendizaje.

Aunque estaba acostumbrada a la comodidad de su hogar, tenía confianza en sí misma. Lucharía hasta el final para cumplir con lo prometido. Y si no podía volver con vida, que así fuere…

Tras salir de su ensimismamiento, reparó en su acompañante. Aquel ladrón de poca monta le proporcionaba una buena, aunque extraña compañía. Confiaba en él, a pesar de no haber visto jamás su rostro. Un buen corazón no puede ocultarse bajo las telas oscuras.

-Que os ayude no significa que vaya a sacrificarme por vos...

Cuando el ladrón se dirigió a ella, contestó de forma socarrona:

-Deberíais aprender a llamarme por mi nombre. Por cierto, no tengo intención alguna en que os juguéis la vida por mí, es más, si apareciese algún peligro en el camino os agradecería que no intervinieseis.

Sacó un viejo mapa heredado del General y buscó al norte las frías tierras de Varssavi; ese sería su destino a toda costa. El camino era largo, y la primera parada en un lugar habitado sería ya dentro de territorio humano. ¿Cuántos días de viaje habría hasta allí?

-¿Hokori, por casualidad habéis ido alguna vez a la ciudadela de Caer-cant?

-Es la primera vez que salgo de mi aldea. Podréis hábilmente deducir que no... Keisha.

Hokori se retrasó un poco quedándose un metro por detrás de su compañera.

Sin saber por qué, su instinto le decía que esa posición era la mejor para el viaje. Era obvio que su agilidad y velocidad superaban las de la guerrera y desde detrás de ella podía tomar la iniciativa contra un ataque frontal y a la vez cubrir la retaguardia de su compañera.

Aun habiéndole dicho a Keisha que no se sacrificaría, no era tan tonto como para marcharse sin más al primer problema. Si algo ocurría pelearía por ella, ya que aunque no confiaba del todo en la semidragona, la necesitaba tanto como ella a él.

El ladrón viajaba escrutando el entorno con la mirada y afinando sus oídos. El hecho de no haber recibido nunca una emboscada no daría a sus enemigos la oportunidad de ser un blanco fácil. Su concentración provocaba en Hokori un estado de sobrealerta bastante innecesario aunque eficiente.


"¿Qué hago viajando con una guerrera de la que no sé nada?" – pensaba. No era del tipo de persona que acompañaba a desconocidos. Quizá el hecho de que fuera la única semidragona que había conocido le produjo curiosidad y confianza.

La monotonía del paisaje le proporcionó una pesadez y un aburrimiento que le hizo intentar dialogar y conocer a su compañera de aventuras.

-¿Para que queréis ir a esa ciudad? En las grandes ciudades no hay grandes aventuras...

-¿Siempre sois tan poco perspicaz? –contestó la semidragona.[color=indianred] -La ciudad humana es la primera que nos encontraremos en nuestro camino a Varrsavi. Sólo quería saber cuántos días de viaje nos llevará llegar, pero supongo que no podremos saberlo si ninguno de los dos ha emprendido el viaje antes. ¿Qué os parece si nos echamos a andar sin más?

-¿Cómo podéis andar con eso?

Keisha se detuvo para averiguar a qué se refería su compañero. El semidragón miraba su armadura plateada con ojos extraños.

-Mi armadura no me es incómoda, al contrario. Estoy tan acostumbrada a llevarla encima que ya es como una parte de mi cuerpo. En cuanto a la espada – dijo posando la mano sobre la funda con ojos nostálgicos- incluso duermo junto a ella. Es parte del entrenamiento. – Miró con una sonrisa de medio lado las ropas de Hokori. –En cambio vos no parecéis preocuparos por la protección de vuestro cuerpo. Guardáis celosamente vuestro rostro bajo esa máscara, pero las telas podrían cortarse con una piedra mal afilada.

-¿Protección? ¿Quién la necesita pudiendo esquivar cualquier golpe?- contestó Hokori mientras se movía hábilmente.

De repente sacó de alguna parte de sus ropas, con una rapidez invisible dos dagas.

-Yo prefiero usar estas. Son rápidas, ligeras, y puedo guardarlas en cualquier sitio sin que se note. No veo cómo podéis sorprender a alguien con esa espada enorme, debéis ser lenta y predecible. – Hizo una pausa. [color=royalblue]– ¿A qué ha venido la miradita nostálgica?

Con otro gesto rápido volvió a guardar sus armas en su escondite perfecto. Keisha lo miraba asombrada.

-Quién sabe cuántas cosas más tendréis ocultas entre las ropas. Mi nostalgia es cosa mía, ladronzuelo. Vos ocuparos de ocultar vuestro rostro para que yo no pueda verlo durante nuestro largo viaje. Si os soy sincera, no creo que seáis capaz.

Tras un breve intercambio de sonrisas, prosiguieron su marcha. Mientras caminaban, la oscuridad de la noche iba dejando paso a un cielo verde claro, previo al alba. Tal como habían pensado, tras caminar toda la noche habían empezado a descubrir los primeros brotes de vegetación y algunos pequeños riachuelos.

Keisha nunca había visto un río que no fuese de lava. Por alguna extraña razón, sólo con mirar las aguas cristalinas supo que le encantaría el paisaje de ahí en adelante. De repente, su estómago rugió recordándole que era la hora de desayunar. Su cuerpo exigía provisiones antes de continuar con el camino.

-Paremos aquí descansar y comer algo. – se quedó pensativa. -¿Sabéis, Hokori? Tras viajar toda la noche me he dado cuenta de que lo único que sé de mi acompañante es que lo sorprendí intentando robar en mi casa; que usa dagas que tiene escondidas quién sabe dónde y que no le gusta que le vean el rostro. Sin embargo vos sí que sabéis cosas de mí.

Hokori sacó de su mochila un poco de pan y algo de fruta y ofreció a la guerrera.

-Deberíamos acabar con esto antes de que se ponga malo. Preguntad cuanto gusteis Keisha, contestaré lo que pueda.

Al semidragón no le entusiasmaba la idea de darse a conocer, su vida era triste y no le gustaba sentirse vulnerable. Pese a eso, en compañía de Keisha se encontraba cómodo y aunque hubiera tensión entre ambos, tener a su lado no solo a una valiente guerrera, sino a alguien de su misma raza, le provocaba una curiosidad inevitable en la chica.

-Contadme algo sobre vos. De algún sitio vendréis, ¿no es así?

-Así es, vengo de una aldea al oeste de Kormandt, a una semana de viaje, el nombre no viene al caso y bueno iba sin rumbo cuando me encontré con la ciudad de lava, vos me descubristeis y el resto lo conocéis.

- ¿Y vuestros padres? ¿Os han echado de casa por coger cosas que no eran vuestras?

-No digáis tonterías, no soy un vulgar ladrón, soy un cazatesoros. -Hokori se había puesto a la defensiva inmediatamente- Solo tomo prestado cuando no hay otra opción. Abandoné a mi madre y mi aldea para escapar de esa monótona vida. No todos tenemos causas tan nobles como vos.

El enfado del semidragón era lógico, pero también el comentario de la guerrera. Aún así, no quiso molestarle más y se puso en pie con la última pieza de fruta en la mano para seguir por el camino. Se acercó a un riachuelo cercano y quedó maravillada por la transparencia del agua, que probó para comprobar que estaba fresca, revitalizando su garganta seca por la tierra del desierto que habían dejado atrás.

Caminaron sin apenas decirse nada hasta bien caída la tarde, cuando ya estaban adentrados en un bosque con espesos y claros. Cuando terminó de oscurecer, decidieron parar a descansar. Keisha miró a su compañero y empezó a hablar con la palabra queda.

-Oídme. Siento si os he…

El sonido de una rama al resquebrajarse interrumpió a la semidragona. Hokori se incorporó colocándose en guardia entre Keisha y el arbusto del que provenía la rama.

-Shhh, ya habrá tiempo luego si seguimos vivos, quedaos detrás de mí.

Dos lobos se encontraban a menos de tres metros de la guerrera y el pícaro, observándoles directamente mientras mantenían una postura en tensión. Uno de ellos parecía más viejo, pero tenía pinta de poder correr el tiempo que hiciese falta hasta que los dos semidragones se cansasen de hacerlo. La guerrera miró asustada a las bestias. No parecían furiosas ni alteradas, pero algo estaba claro: tenían hambre.

-¿Cómo creéis que sabemos los semidragones, Hokori?

-Espero no descubrirlo nunca...

Hokori empezó a acariciar el mango de sus dagas dentro de sus mangas, las cogió con fuerza y se preparó para el combate. Keisha, mientras tanto, desenfundó con gracia su espada. En la hoja plateada y lisa podían verse una letras antiguas talladas en color rojo.

-No temáis Keisha, he peleado contra muchos lobos... La mitad de pequeños claro... -dijo en voz baja- Pero no os preocupéis, la mecánica ha de ser la misma ¿no?

Las últimas palabras del semidragón, aunque eran seguras, parecían salir de su boca más para auto convencerse que para tranquilizar a la guerrera.

Keisha estiró su brazo izquierdo para cubrir el flanco de Hokori de un posible ataque, mientras empuñaba fuertemente su espada con la mano derecha. No tenía miedo, pero tenía clara su debilidad. Los lobos eran mucho más rápidos y ágiles que ella.

El lobo más joven se agachó para flexionar las patas y saltó sobre ella, arañándole el brazo libre.

La otra bestia dio un salto lateral poniéndose frente a Hokori.

-Parece que tú serás mi rival...

Instantáneamente el lobo empezó a correr hacía él, Hokori preparó su engaño, pretendía esquivar el ataque fintando hacia el lado de equilibrio del lobo para de un golpe, clavarle en el estomago su daga. Así pues, cuando un metro escaso lo separaban de la bestia, rodó sobre sí mismo. Irónicamente el sorprendido fue el semidragón que al ir a dar la estocada vio como el lobo no había saltado hacia él, sino que había saltado hacia su compañera.

Acorralado por la situación no tuvo otra opción que la de saltar intentando placar al lobo para cubrir la espalda de Keisha.

Aunque Hokori pesaba 60Kg y su masa muscular no era su gran potencial, logró interponerse entre el ataque del lobo y la guerrera haciendo que ambos, lobo y semidragón, rodaran por el suelo varios metros. Durante la caída una de sus dagas se le escapó de las manos y fue a dar fuera de su alcance. La guerrera giró su cabeza ante el inesperado sonido del choque contra el suelo de Hokori.

El viejo lobo se levantó rápidamente. Tras un pequeño alto para lamerse una pata, volvió a fijar la vista en los dos semidragones y empezó a dar vueltas alrededor de ellos. El lobo más joven pareció entender lo que pretendía, porque instantáneamente comenzó a imitar su comportamiento.

No se lo estaban poniendo nada fácil. Había menos de un metro de espacio entre lobos y semidragones y cualquier movimiento en falso podría ser fatal. Keisha empezaba a sentirse cansada. Ahora en guardia, había pegado su espalda a la de su compañero y volvía a empuñar la espada con ambas manos. Notaba la respiración agitada del semidragón detrás de ella.

Había dos lobos, uno más viejo, pero que parecía más experto y otro más ágil. ¿A cuál atacar? Por el movimiento anterior, sabía que los lobos habían decidido atacarla directamente a ella. Hokori había tenido que defenderla. Pero eso le hizo comprender que a quien realmente veían las bestias como una amenaza era a la espada que empuñaba con sus manos. Armándose de valor, hizo un giro a la derecha y fintó para luego hundir su espada en el lomo del lobo viejo.

Casi sin tiempo para reaccionar y aún confusa por la sensación que había tenido mientras su espada desgarraba los músculos del animal, sacó su espada del cuerpo y se dio la vuelta para comprobar cómo el lobo joven saltaba sobre Hokori y atacaba la cara del pícaro con sus afiladas garras, haciendo girones la máscara que la protegía. Con un ágil movimiento, el semidragón aprovechó el salto del animal para hundir la daga que le quedaba en su estómago. El lobo cayó al suelo herido, sin fuerzas para un posible contraataque.

Keisha miró a la bestia que yacía en el suelo perdiendo lentamente su sangre. Quien hasta hace unos segundos había intentado ser su cazador se había convertido ahora en una criatura agonizante. Sólo por hambre. Era capaz de comprender al animal y lo miró con ojos compasivos, mientras un grito apenado salía de su garganta y hundía su espada nuevamente en el lomo para terminar con el sufrimiento del joven lobo.

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